viernes, abril 04, 2014

Bellavista-Tomé, a punto de expirar

Secreto a voces ha sido por meses el proceso de cierre de la Fábrica de Paños Bellavista Oveja Tomé y que –junto a la extinción de una industria que ha marcado la vida de los tomecinos por siglo y medio– el terreno donde se ubica uno de los edificios más magníficos de las textiles, el más emblemático (y el único que queda) está loteado, lo que implicaría su venta. Se trata de un patrimonio que peligra frente a la arremetida del mercado. Reflexiona aquí el profesor e investigador tomecino Rolando Saavedra Villegas.

*Artículo de Rolando Saavedra publicado en la Revista Bufé.
La más emblemática y antigua industria textil tomecina, sigue exhalando sus últimos estertores.

Ni la historia, ni la economía logran insuflarle la energía suficiente para devolverle la vitalidad que desde hace medio siglo se ha ido apagando inexorablemente. Ya no sirve de mucho el prestigio de sus telas. La mayor parte de los consumidores privilegia el bajo precio antes que la alta calidad. Los costos de producción son demasiado elevados en comparación con las industrias asiáticas, a lo que se suma que la mayor parte de los insumos para elaborar las telas, son de origen extranjero.

Nos cuesta asumir a los tomecinos, que las industrias no son solamente fuentes de trabajo. Que para su sobrevivencia es indispensable la venta de su producción. Las industrias no sobreviven alimentadas por la nostalgia, ni transformándolas en museo. Incluso los museos requieren de ingresos permanentes para mantenerse y desarrollarse.

Las industrias textiles no estaban preparadas para competir en el mundo globalizado, sin fronteras y de libre mercado. Por eso y otras razones sucumbieron la Sociedad Nacional de Paños y la Fábrica Italo Americana de Paños (FIAP), de cuyo legado patrimonial, aún podemos admirar sus poblaciones en el Cerro La Pampa, su Capilla y el Gimnasio Marcos Serrano.

De la herencia de la industria Bellavista, aún nos quedan muchas cosas y será muy difícil acostumbrarnos a la ausencia de sus edificaciones industriales si ello llega a suceder. Sus identitarias instalaciones, de sencilla, resistente y funcional arquitectura, ya se perciben como “enmudecidos elefantes blancos”, que siguen siendo parte importante de nuestra identidad material e inmaterial y paisaje cultural, por ello anhelamos que a lo menos algo de su todo debiera ser respetado por sus nuevos propietarios. Si se llegara a abatir tan sólo una de sus nobles murallas, se partirá parte importante del alma tomecina. Muy a nuestro pesar pareciera que ese será su sino. Numerosos ex trabajadores, junto a los pocos que aún permanecen al interior de Bellavista, manifiestan como legítimos deudos, que “la industria ya murió”.

Hace muy poco nos hemos enterado, que el territorio perteneciente a la industria ha sido fragmentado en siete lotes. Su propietario, para nuestra sorpresa, no es quien creíamos que era su dueño (familia Sabat), sino el Banco de Chile. Por ahora, el terreno y sus instalaciones pueden ser utilizados exclusivamente con fines industriales. Aún así las edificaciones se pueden demoler o modificar.

En un país como el nuestro, en que sus habitantes destruimos más que los sismos, es muy probable que más temprano que tarde las nobles estructuras arquitectónicas que cobijaron la industria textil, se conviertan en amorfos escombros para dar paso a condominios o soluciones habitacionales. Eso sospechamos, debido a la fuerza de este mercado que ya botó varias antiguas construcciones, instalando en forma invasiva –o agresiva más bien– una serie de condominios a la entrada de Tomé, justo frente a la playa.

Es nuestra más elevada aspiración e invocación, que ello no suceda y que esas nobles estructuras patrimoniales se reconviertan en hotel u hoteles de varias estrellas, en subsedes universitarias, en un museo o en una ciudadela turística y cultural, que dé valor agregado al lugar y genere fuentes de trabajo.

Ya es muy improbable que la industria Bellavista-Tomé vuelva a entonar su himno textil, coreado por telares jubilosos, que cada ocho horas cambiaban de intérpretes bajo la precisa indicación de pitos fabriles, que enmudecían momentáneamente la serenata del oleaje.

En esta mala hora, sólo nos basta expresar nuestra gratitud a los hombres y mujeres (trabajadores y empresarios) que dieron vida por casi 150 años a la industria señera y que con los mejores hilados tejieron la historia más esplendorosa del pueblo llamado Tomé, que ahora busca en el turismo crecimiento económico y una nueva identidad.