lunes, noviembre 17, 2014

La historia centenaria del Muelle Hinrichsen de Tomé

Fotografía de Rolando Saavedra.
Por Rolando Saavedra V.

Cuando se llega a Tomé desde el sur, al observar el panorama desde el Caracol o la Costanera, llama la atención la presencia de cinco cilindros parcialmente sumergidos en el mar y que inclinados por el paso de los años y fuerzas telúricas y oceánicas, se resisten a naufragar como ya lo hicieron otros cinco hermanos. Se trata de los restos portuarios más antiguos de este puerto de esperanzas y que los tomecinos reconocen como el Muelle Hinrichsen.

Fue construido por la firma de ingenieros Germain y Sierra, en la segunda década del siglo pasado (1912-1914), con el propósito de recibir materiales, herramientas y maquinarias para la construcción de la ruta ferroviaria del ramal Chillán-Concepción vía Tomé.

Inaugurado el ramal en 1916, el muelle fue adquirido por la empresa Hinrichsen y Cía. que dirigía don Guillermo Hinrichsen Schoener, quien oficiaba, entre otras actividades comerciales, como agente naviero para la atención y provisión de barcos mercantes que llegaban a Tomé, trayendo fertilizantes, sal y cemento. Para el norte y sur del país se embarcaban vinos, cereales, avena malteada, y excepcionalmente maderas.

La construcción de este muelle, constituye una interesante y temprana manifestación de reutilización de objetos, que habiendo cumplido su vida útil, sirvieron para cumplir otra función, tanto o más importante que su desempeño original. Los cilindros que aún perduran a la vista, los otros están bajo superficie, sirvieron primero como calderas de vapores (barcos) que al ser dados de baja, fueron desguazados en Talcahuano, trasladados a Tomé y apoyados al fondo marino con extraordinaria experticia y precisión ingenieril, en los que hubo que trabajar tanto en superficie como bajo el mar (buzos). Los cilindros fueron rellenados con rocas y piedras, siendo dispuestos sobre un lecho de los mismos materiales.

Don Carlos Leva nos relata: “en el cabezo de atraque, mirando al sur, se encontraban asegurada la grúa a vapor con capacidad de levante de tres toneladas. El cabezo, lo conformaban cuatro cilindros de calderas unidos por vigas de concreto. Con una longitud inferior a los cien metros, el muelle en su cabezo tenía una profundidad de 4,5 metros. En el lado norte había una pequeña grúa manual. Los trabajos del muelle, eran apoyados por el pequeño remolcador de faluchos llamado “Gaviota”.

A comienzos de la década del ’50 el muelle fue adquirido por la Compañía Portuaria de Talcahuano, quien lo vendió a la Compañía Vinícola del Sur (Wagner Stein)”.

La paralización operativa de este muelle, admirado en sus inicios como verdadera joya portuaria, fue obra de los terremotos del 21 y 22 de mayo de 1960, y de los furiosos temporales invernales de aquel mismo año. Se sumergieron cinco de sus cilindros, incluidos los dos que hacían de cabezo y en los que se encontraban las grúas, cuyos restos aún permanecerían en el fondo marino, según aseguran buzos pescadores.

Al parecer esos acontecimientos telúricos y climáticos terminaron fortaleciendo sus bases, de otra forma resulta difícil comprender que hayan sobrevivido sus restos inclinados, al terremoto del 27 de febrero del 2010.

Como elocuente testimonio de este muelle centenario y patrimonio portuario más antiguo de Tomé, cinco cilindros resisten estoicos a los embates del océano y se niegan a sumergirse definitivamente en el mar. Mientras ello no suceda, seguirán acompañándonos en la estampa de bienvenida a Tomé y sirviendo de aparcadero de gaviotas y otras aves marineras.

El muelle Hinrichsen, con su extraordinaria capacidad de sobrevivencia, vio nacer y morir el ramal ferroviario de Chillán a Concepción y desaparecer los pintorescos vaporcitos denominados Bellavista, Tomé y Coelemu, que trasladaban pasajeros y mercaderías entre Tomé-Talcahuano y viceversa.

Los vetustos restos del muelle Hinrichsen, aún impiden que la bruma del olvido oculte la última evidencia de nuestro pasado portuario esplendoroso, en que “hombres de ñeque y choca” embarcaban y desembarcaban mercaderías para obtener salarios, no siempre suficientes, para manutener sus familias y dar vida a este puerto, que siempre anhela vientos favorables y mejores mareas, para su gente emprendedora.