martes, enero 21, 2014

EDITORIAL: ¿Ahora si es el final de las textiles de Tomé?

Textil Bellavista a principios del siglo XX.
Esta es una historia que los tomecinos hemos escuchado desde hace varios años: que las industrial textiles están a punto de desaparecer y con  ellas una parte importante del patrimonio y la identidad de una ciudad que nació junto con los telares y la lana de oveja.

Sin embargo, esta historia hoy suena más fuerte cuando se producen nuevos despidos y apenas quedan 53 trabajadores en Bellavista Oveja, cuyos dirigentes sindicales aseguran que sólo están dedicados a desarmar máquinas y que no hay producción de telas de ningún tipo. La otra empresa textil que sobrevive, Crossville, pasó el año pasado por una huelga legal, que reveló que los sueldos de los trabajadores apenas superan el minimo legal.

En este contexto es que todo hace prever es que la producción de textiles en Tomé tiene sus días contados, ante una realidad de competidores asiáticos que pueden ofrecer un producto de similar calidad, pero a un precio imposible de igualar por parte de las fábricas chilenas.

La pregunta es ¿tiene algo que decir la comunidad tomecina ante el cierre de Bellavista Oveja?.

La realidad es que esta es una empresa 100% privada, en que ni el Estado ni la Municipalidad de Tomé tienen ninguna participación. Tampoco tienen los edificios de la fábrica ninguna protección legal como elementos patrimoniales arquitectónicos.

Es así que los actuales dueños podrían solicitar un cambio de uso de suelo y demoler todos los antiguos edificios industriales, para dar paso a un proyecto inmobiliario, ya sea de tipo habitacional, comercial o turístico.

¿Queremos los tomecinos un proyecto de edificios de departamentos súper densos, similares a los que ya se levantaron sobre los terrenos de las bodegas de la fábrica?

¿O queremos unas ruinas como las de FIAP que durante más de tres décadas han sido una sombra en pleno centro de la ciudad?

La oportunidad de que fuera el Estado de que se quedara con esos terrenos se perdió con la quiebra del 2008, en que se vendió a precio "de huevo" -poco más de tres millones de dólares- en una desesperada búsqueda de un inversionista que "reviviera" la empresa y recontratara a los trabajadores que habían perdido sus empleos. Pese a toda la evidencia, fue la propia comunidad la que apostó a que se podía seguir viviendo de las telas.

La realidad es que durante los últimos diez años nunca las textiles han ofrecido empleo más que para unos pocos cientos de trabajadores y que esos empleos han sido mal remunerados. Hoy un trabajador tomecino, con alguna capacitación básica, puede duplicar o triplicar los sueldos que pagan las textiles trabajando en la construcción en Concepción o mucho más, si emigra al norte a trabajar a una minera.

La respuesta a qué ocurrirá con los edificios de Bellavista, que hoy lucen ruinosos y descuidados, no es fácil de anticipar. Una oposición cerrada de la comunidad a cualquier otro destino que no sea la industria textil puede significar que la ciudad tenga por muchas décadas más unas ruinas abandonadas, en un lugar privilegiado. Dejar que sólo funcione el mercado sin ningún control, por el contrario, nos significará llenar ese espacio de edificios de departamentos que no representarán ningún beneficio para el resto de la comunidad.

Recuperar y mantener el patrimonio arquitectónico, revitalizar la ciudad y ofrecer un oportunidad laboral a las nuevas generaciones es una responsabilidad que recae, en estos momentos, en las autoridades, especialmente las municipales. Los tomecinos esperamos que este 2014 estén a la altura de los desafíos que esta nueva crisis significa.