miércoles, marzo 31, 2010


Tritragedia para no olvidar


Por Rolando Saavedra.


Nuestra agenda, personal y colectiva, fue alterada en contra de nuestra voluntad. Después de las 3,34 del 27 de febrero 2010, estamos tres metros más cerca de Asia y Oceanía. Hemos aprendido términos nuevos sobre la Tierra y el mar. Por salud mental tendremos que aprender a olvidar pesadillas no soñadas. Se consolidan vicios en grupos minoritarios, sin embargo, siguen siendo mayoría las personas virtuosas, que con nobleza continúan dando muestras de solidaridad y altruismo. Tenemos nuevos héroes y heroínas, que desde el anonimato devuelven la fe en la humanidad.

Ajados pañuelos, empapados de mar y lágrimas, no son capaces de borrar el dolor de quienes perdieron a seres queridos, que fueron devorados por las viviendas que supuestamente los protegían o ahogados por el océano que regalaba peces y paisajes al hermoso litoral. Muchos puertos y balnearios se transformaron en tierra de mártires.

Contrariando nuestro Himno Nacional, el mar no cumplió la promesa de “futuro esplendor” con tantos compatriotas, cuyos nombres jamás lograremos memorizar y que ya sólo significan una cruel cantidad. No son víctimas anónimas, tienen identidad. Un memorial con sus nombres, es lo menos que debiéramos edificar para preservar su memoria y mitigar nuestra angustia.

Personas, edificaciones y lugares siguen heridos. El mar, tantas veces generoso, robó o destruyó viviendas, embarcaciones y fuentes de trabajo. Con esfuerzo y constancia se podrá recuperar algo de lo tanto que se perdió. A muchos, ya no les queda suficiente edad futura como para hacer realidad sus esperanzas. Jamás recobrarán las extraviadas fotografías de momentos felices. La mayor bendición es comprobar que aún se vive y que somos parte de la buena fortuna de haber estado o no estado en determinado lugar en el infausto momento.

Somos sobrevivientes. Algunos aún no se han percatado de ello. Otros lo reconocen y expresan: “nos salvamos milagrosamente” o “la sacamos barata”. Se mezcla fe y sentido común, pero también nuestra sobrevivencia es resultado de la acción de muchos hombres y mujeres que en su oportunidad hicieron las cosas bien y con responsabilidad. Bendiciones a las madres que nos enseñaron que la sobrevivencia estaba en los cerros cuando hubiera un temblor fuerte o terremoto. Gratitud a carpinteros y albañiles cuyos muros, cimientos y viviendas resistieron o resultaron con daños leves. Honores a los profesionales que honran sus títulos.

El constructor de mi casa fue don Juan Concha, maestro autodidacta. Hace muchos años que falleció, sin embargo, después de aquella noche aciaga, cuando el despejado amanecer me mostró nuevamente mi hogar, no pude dejar de recordarlo y agradecer su obra que resistió los reiterados embates telúricos.

Ahora tenemos ciudades, puertos y poblados diferentes. Existe un antes y un después del sismo, maremoto y descontrol social. Comienza una nueva etapa. Videos y fotografías pueden testimoniar nuestro rostro perdido que nunca volverá ser igual. En su cinismo desmedido, el sismo nos dejó fachadas intactas y en el interior de las viviendas juntó los muros paralelos de Este a Oeste.

Por alguna razón o sinrazón, el cascabeleo terrestre respetó a la mayoría de las casas que cuelgan de los cerros y se ensañó con los bienes colectivos, patrimoniales e industriales. Ya todo viaja al país de la memoria. Las continuas sacudidas extraviaron lápices y papeles. Hemos sido obligados a escribir una historia diferente a la que habíamos agendado para marzo y los meses venideros. El Bicentenario, ya no será una equívoca celebración de Independencia, sino uno más de nuestros tantos hitos sísmicos.

Familia, herencia, trabajo, amores… nos hacen compartir el lugar en que hemos resistido. Que la buena suerte reciba a quienes se han tenido que marchar, en estas inciertas circunstancias. La tragedia nos ha unido y hasta hermanado. Nos ha devuelto el sentido de vecindad y pertenencia a una comunidad que desconocíamos, a pesar de vivir en ella. Loas a la Cordillera de la Costa que con su fraternal geografía nos protegió de la furia oceánica.

Estamos y quedaremos siempre en deuda con quienes fueron y siguen siendo solidarios, tanto de regiones como del extranjero. Hagamos buen uso de las donaciones, ellas no serán eternas. También estamos en deuda con nosotros mismos, con el entorno social, geográfico y cultural. El sismo, con toda su fuerza destructora, transformó en rompecabezas muchas de las obras que nos dejaron nuestros antepasados. Es tarea ineludible rearmarlos. Tenemos el ejemplo de Europa, que a pesar de todas las ruinas y miserias que les dejó de herencia la guerra, fueron capaces de rehacer sobre cimientos desnudos las obras impregnadas de historia.

Nosotros no tenemos tanta Historia, pero si tenemos aprecio por la presencia de algunas obras materiales que nos dan sentido de pertenencia e identidad, en el terruño en que navegan nuestras vidas. No queremos que se transformen en escombros y si así fuera, que a lo menos conserven su diseño. Como tenemos tan poco, no debemos perder lo que por ser escaso es muy valioso. Valoramos el legado recibido y queremos conservarlo para quienes hoy son muy pequeños o aún no han nacido.

Sigue temblando, sin embargo ya no sentimos el temor inicial, hemos aprendido a calcular, sin instrumentos, la magnitud de cada réplica. Surgen nuevos temores. Que las promesas no se cumplan, que la ayuda se extravíe en los laberintos burocráticos, que los proyectos no se materialicen, que las empresas que se adjudiquen los proyectos se declaren en quiebra, que las viviendas provisorias sean para la eternidad, que no se recuperen las fuentes de trabajo, que no se ayude a las verdaderas victimas y que esta gran tragedia sea la magnifica oportunidad que beneficie a la siempre oportunista subespecie nacional de los “vivarachis chilensis”.

El digno tributo a nuestras victimas, fallecidas y sobrevivientes, será la responsabilidad, honradez y prontitud con que se enfrente la solución de los problemas. Esta gran tragedia, que fue capaz de acortar la duración de un día, debe ser una oportunidad para construir días mejores para todos los que compartimos esta larga porción de tierra, a la que le cuesta mucho ser la “copia feliz del Edén”.

En febrero creíamos tener tanto. ¿Cuánto tiempo habrá de pasar para que todos volvamos a vivir con dignidad y seguridad?

Ya vendrán días mejores. Siempre y cuando nos desprendamos del egoísmo, la desidia y la codicia.