Su infancia en Tomé marcó profundamente su obra artística, que alcanzó reconocimiento internacional. Herrera fue un creador autodidacta que dejó una huella imborrable en el arte textil chileno.
“Mi nombre es Héctor Herrera Sanhueza, nací en Tomé, un pequeño puerto entre el mar y la cordillera de la Costa”, así comenzaba a relatar sus memorias este destacado artista visual chileno, cuya obra está profundamente inspirada en los paisajes y frutos del litoral y los bosques de su ciudad natal. Proveniente de una familia de artistas, sus tíos eran poeta, pintor y diseñador de calzado, lo que moldeó desde niño una sensibilidad especial por el arte.
Huérfano de madre a temprana edad y sin haber terminado la educación formal, se trasladó a Santiago en busca de nuevos horizontes. Allí, trabajando como jardinero, conoció al artista Emilio Hermansen, quien lo introdujo en las técnicas pictóricas. Posteriormente, en un taller de estampado, Herrera se formó en el oficio textil, guiado por grandes referentes del arte como Nemesio Antúnez y Pablo Burchard, quienes reconocieron en él un talento singular.
Desde 1959, se integró a las ferias de arte en el Parque Forestal y más adelante a la Feria de Artesanía Tradicional de la Universidad Católica, espacios donde su disciplina y precisión lo convirtieron en un referente del arte textil chileno. Autodidacta riguroso, investigaba, inventaba herramientas y usaba materiales de primera calidad, siempre con una estética inspirada en la naturaleza chilena.
Su obra cruzó fronteras: expuso en Estados Unidos, Alemania, Francia, Uruguay, Suiza e Italia. Fue invitado por el Departamento de Estado norteamericano a recorrer diversas ciudades y participó en prestigiosas instancias como la Bienal de São Paulo y la Semana Latinoamericana de Arte en Frankfurt. En Chile, su consagración llegó con el monumental tapiz creado para la UNCTAD III en 1972, junto a los artistas más relevantes del país.
Pablo Neruda lo apodó “El Pajarero” y lo incluyó en su libro *Arte de Pájaros*, donde Herrera ilustró los versos del poeta. Su serie de aves también adornó cajas de fósforos, vestuario, tarjetas y murales, logrando gran popularidad. En 1987 publicó *Historias de Altomé*, una crónica ilustrada de su infancia en Tomé, donde revive con emoción sus recuerdos y raíces.
El arte de Herrera está profundamente ligado a su ciudad natal. En Tomé encontró siempre inspiración y sentido. Aunque un accidente cerebrovascular a los 67 años puso fin a su carrera activa, su legado artístico sigue presente en museos, colecciones y en la memoria colectiva de quienes valoran una obra genuina, vibrante y profundamente chilena. Falleció el 16 de mayo de 2007, dejando un testimonio visual de la identidad de su tierra.