Columna del periodista tomecino Luis Oviedo Figueroa
Antiguos vecinos de Tomé recuerdan que allá por la década de 1950 decenas de muchachitos transitaban ordenadamente desde El Palomar hacia la intersección formada por las calles Nogueira y Riquelme. Venían desde el internado de la entonces Escuela de Artesanos Textiles a clases en aulas y talleres ubicados en este lugar. Era una rutina de mañana y regreso a mediodía y, a veces, por la tarde hacia su hermoso albergue de aquella casona.
Fue a mediados de la década de 1910, y con el objeto de dar paso al tendido ferroviario del ramal Concepción-Chillán vía Tomé, cuando se desmochó parte del cerro Miraflores formando una pequeña colina donde se levantó este emblemático inmueble y que ahora lamentablemente ha desaparecido con un nuevo incendio.
Ha caído, como un monumento herido y que se resistía a morir, una verdadera reliquia arquitectónica tomecina y acerca de la cual habíamos cifrado esperanzas de restauración como obra patrimonial. Pero nunca se avanzó en aquello y hoy debemos lamentar el triste final de una construcción que prestó cobijo a decenas de estudiantes, la mayoría provenientes de sectores rurales, y no sólo de la comuna de Tomé, sino que la de Coelemu, Ránquil, Quirihue y hasta de Cobquecura. Y por el litoral sur, desde las comunas de Penco, Lota, Curanilahue y Los Álamos. Tuvimos la experiencia de convivir con varios de ellos en los años que estuvimos también internados, pero en el nuevo edificio de la que fue la Escuela Industrial Textil, ahora Liceo Industrial, y que empezó a funcionar en los inicios de la década de 1960.
La iniciativa y financiamiento de esta magnífica edificación de El Palomar fue de la familia molinera de los León Palma, empresarios que contribuyeron al desarrollo industrial y portuario tomecino, con la producción y la exportación de harina flor y otros derivados del trigo que se distribuyeron, primero, por barcos a puertos nacionales y extranjeros y, después, en trenes de carga para el mercado interno. Esta empresa familiar la había iniciado don Ramón León Luco, tras adquirir a don Matías Cousiño el Molino Tomé y que antes había tenido otros propietarios.
No transcurrió mucho tiempo para que la naciente casona fuera denominada por algunos observadores como “El Chalet de los Palmas”. Otros, en cambio, optaron por bautizarlo como El Palomar, nombre que se impuso y persistió hasta su fin.
Los jóvenes internados tenían dormitorios en ambos pisos del inmueble, el cual disponía, asimismo, de algunas oficinas para la atención y el funcionamiento del albergue. Ellos se hospedaban allí y recibían su alimentación en comedores que funcionaban, con sus respectivas cocinas, en construcciones ubicadas en el área que ocupa el actual plantel educacional. Allí operaban, también, algunos talleres, en tanto que otros funcionaban con las salas de clases en recintos de Nogueira y Riquelme.
Los adultos mayores de hoy y que estuvieron allí nos cuentan la hermosura de la construcción y recuerdan, especialmente, sus balcones desde algunos de los cuales se tenían lindas vistas hacia el área central de Tomé y hacia su mar colindante Se desconoce quién fue el autor de su diseño y quién dirigió los trabajos de construcción de una obra levantada en albañilería de adobe, sustentada en gruesos y macizos maderos y que, a su vez, sostienen el segundo piso de material ligero. Acerca de su madera estructural se presume que pudo provenir de Europa y Estados Unidos, traída como lastre en los barcos que surcaban los océanos en busca de los productos agrícolas y vitivinícolas desde el puerto mayor que fue Tomé, navíos que requerían traer peso para asegurar una adecuada navegación.
En relación con sus dueños, después de los León Palma, El Palomar pasó a manos de la familia Gana y luego a don Eugenio Maldonado, quien lo vendió a la familia Gacitúa, cuya sucesión sería la propietaria en la actualidad. La familia Gacitúa arrendó El Palomar al Ministerio de Educación desde mediados de la década de 1940 y hasta la década de 1960 para servir de internado a los alumnos de la denominada Escuela de Artesanos Textiles.
Después de dejar de ser internado, El Palomar fue ocupado simultáneamente por varias familias, con lo cual se acentuó su rápido deterioro. Para el censo de 1982 la vivienda era ocupada por cinco grupos familiares diferentes. En el último lustro los vecinos señalan que, entre sus moradores, ha habido indigentes y drogadictos.
Debemos indicar que, a fines del 2022, es decir en fecha casi reciente, nos llegaron comentarios que expresaban que El Palomar sería demolido, para dar paso a un proyecto inmobiliario. Ante esta situación, que nos pareció inquietante y quizás ilegal, al no solicitar permiso a la Dirección de Obras Municipales, la Unidad de Patrimonio, en octubre 2022, presentó al Consejo de Monumentos Nacionales el expediente que solicitaba fuera declarado Monumento Histórico Nacional.
El 14 de abril de 2023 el inmueble fue afectado por un incendio. Y en el mes de mayo de 2023, la propiedad seguía siendo particular y por tal razón la Municipalidad estaba impedida de realizar intervención en ella. Ahora prácticamente ha sufrido su golpe de gracia, con otro siniestro, aniquilando otra reliquia de nuestra querida comuna de Tomé y que se suma a otros patrimonios, como sus fábricas textiles, su único teatro y los vestigios ferroviarios. Y pensar que El Palomar, como si fuera un ave fénix, aquella de la mitología que simboliza la inmortalidad y el renacer, no sucumbió ante los grandes sismos y tal vez por su ubicación habría sobrevivido a un tsunami, pero sí está cayendo ante el maltrato, la desidia y el abandono y ahora ante el fuego. Pensar, por último, que hasta los recintos que han tenido un tremendo aporte a la noble causa de la educación, como El Palomar, están siendo destruidos.